Ayer fue domingo y se celebraron las elecciones generales
griegas más globalizadas de su historia. Muchos países, millones de ciudadanos y
varios centenares de especuladores esperaban los resultados de ayer para ver
qué hacer hoy. Los titulares de los periódicos decían que el euro se la jugaba
en ese envite electoral. Hoy es lunes, y ya sabemos que “Grecia da un respiro a
Europa”. Europa respira y mientras tanto Grecia se asfixia. Lo mismo que
Irlanda, Portugal, España (en estos momentos, lunes 18 de junio, 10:30 horas, y pese al supuesto
alivio tras los resultados en Grecia; el bono español a diez años sube al 7,111
por ciento y la prima de riesgo llega a 565 puntos), Italia…
Las personas se asfixian, y un país no es país sin personas.
Vivimos en un mundo en el que tiene cabida el beneficio ilimitado de una
minoría a costa del sufrimiento de la mayoría. Ante esto, la respuesta política
es torpe y confusa. El poder es difuso y está en el aire. Los “mercados
financieros” mandan. Los dirigentes están perdidos y ofuscados cada uno en lo
suyo. El trabajo de los expertos en economía consiste en explicar a posteriori
lo que ninguno de ellos es capaz de evitar. La opulenta sociedad occidental está
en apuros, la unidad monetaria europea zozobra y hay que cruzar este río. Pero
el objetivo no puede ser simplemente que el grueso de la manada alcance la otra
orilla. Somos ciudadanos (tal vez interinos) sea cual sea el país en el que
estemos, y no podemos nadar enloquecidos y dejar que los más débiles sean
arrastrados por la corriente o devorados por los cocodrilos. Mañana está cerca.
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