domingo, 9 de septiembre de 2012

Pobre desagravio


Tengo la puñetera costumbre de ver los telediarios. Y no porque quiera estar informado, que para eso ya leo la prensa escrita, sino porque me desahoga mucho poderles decir lo que pienso, y en su cara, a quienes aparecen hablando en la pantalla. Sí, les hablo y les digo cuanto se me ocurre en ese momento, sean periodistas presentadores, entrevistadores, redactores o corresponsales, sean personas entrevistadas, personajes que ofrecen ruedas de prensa o afectados, interesados y testigos de las noticias.
Suelo preguntarles con ironía y mala leche, suelo también reprocharles conductas, comportamientos y actitudes, suelo interrumpirles e increparles y reconozco que incluso a veces se me escapa algún insulto. Bueno, a veces no, a diario y a montones, la verdad. Pero lo cierto es que después me quedo mejor, mucho mejor. Es así. De manera que esos tres cuartos de hora que coinciden más o menos con la comida de mediodía se han convertido para mí en una especie de acto de pobre desagravio. Y es que hay tanto cinismo recogido y concentrado en esos telediarios (un fiel reflejo de nuestra sociedad y solo eso) y tanta cólera interina contenida en mi cabeza que basta con que empiece a escuchar la sintonía para que se pongan en marcha los mecanismos de la reparación. Luego ya todo funciona como un perfecto engranaje automatizado. Bankia. ¡Qué asco! ¡Será posible! FMI. Delincuentes. Gobierno. ¡Una mierda! Prima de riesgo. ¿Pero qué dices tú, ladrón? ¡Cabrones! Recibo de la luz. Y así sucesivamente.